EL QUINTO EN DISCORDIA

ÁNGEL CALVO ULLOA

Elucubraciones alrededor del falso anonimato

 

Recientemente, visualizando el montaje de fotografías y apuntes que José Luís Guerín tituló Unas fotos en la ciudad de Sylvia, me asaltó una sensación de falso anonimato al que se enfrentaban todas esas mujeres a las que él había retratado. Guerín buscaba a una mujer concreta en las calles de una ciudad que parecía habérsela tragado. Cuando Alain Urrutia me habló de la obra en la que estaba trabajando, me asaltó de nuevo esa sensación. Personajes extraídos de su cotidianeidad, instantáneas descontextualizadas que generan ese falso anonimato, condenadas a no ser en ese nuevo emplazamiento al que las han relegado. Sin dar la posibilidad de posar, participando porque sí, sin opción. Como si se tratase de las inmensas composiciones de fotografías de criminales y víctimas realizadas por Bolstanski para su serie Humans (1994), protagonistas forzosos de una situación no buscada, o por lo menos, no elegida.

 

Parejo a ese falso anonimato, reflexionar sobre la constante que supone en la obra de Urrutia esa técnica velada -mediante la cual genera en el espectador un estado de confusión, de imposibilidad a la hora de descifrar la situación- se presenta como un punto ineludible. Gerhard Richter dirá que algunas fotos de aficionados son mejores que el mejor Cézanne, una afirmación que nos lleva a ese momento en que la instantánea no logra mostrarse como ininteligible para el espectador. Actividades cotidianas que extraídas de un contexto concreto no aciertan a translucir la situación. Sin embargo serán esas, las imágenes dotadas de ese lenguaje críptico, las que se nos antojen más ricas en significado que la estampa posada. Como en el caso de Richter, para quien esas veladuras suponían una manera de mostrar esa realidad difusa que estaba viviendo, el caso de El quinto en discordia y, de la obra de Alain en general, opta por representar esa realidad circundante del modo en el que ella se presenta. Una realidad carente de nitidez. Un testimonio del tiempo presente, con sus matices, sus luces y sus sombras.

 

En contraposición a esa descontextualización a la que se condena a cada uno de los retratos propuestos, la elección de los mismos responde a una rigurosa labor de selección en la que nada se deja al azar. Cada uno de los retratados tiene un dónde y un por qué. Su situación en el puzzle y el motivo de su aparición. Celebridades de diversa índole a las que Urrutia ha condenado a permanecer. De este modo, nos encontramos con esa doble intención, con la que nos oculta información y con la que nos incita a ir más allá, a no ser simples consumidores de imágenes, a implicarnos en el proceso comunicativo. A ser receptores activos de un acción en la que poco a poco nos han relegado a un puesto sin responsabilidad. Arrinconados en el lugar al que nadie dirige su mirada.

 

Alain Urrutia fija de esta manera las directrices de un proceso comunicativo al cual estamos de algún modo obligados a participar. Su obra nos invita a acercarnos, observar detalladamente y preguntarnos el por qué. Será esa necesidad de someternos a un detallado análisis la que configure ese quinto en discordia que lejos de mostrar evidencias, acrecienta la incertidumbre. Porque, como ya dijo David Barro, su pretensión no es decirlo todo sino hacer visible un enigma.